La profe de ashtanga yoga, Martina García, nos propone observar la pandemia que nos afecta, como una oportunidad para aprender de la adversidad: Esto también pasará.
Son momentos difíciles. Venimos de un tiempo dificil, y aunque cambió el año e ilusoriamente nos bañó con un halo de esperanza, la sensación de dificultad, espera y traba parece perdurar. Es momento de arriar las velas. De esperar activamente, cultivando el contentamiento y la paciencia. Y sobre todas las cosas, de centrarse en respirar profunda y conscientemente.
Si, el cambio de año nos trajo un poco de esperanza, y nos alivió psicológicamente haber salido del 2020. Pero hay días en los que nos levantamos y parece que nada cambió. Parece incluso peor. Me recorre un escalofrío por la espalda al pensar que di inicio a una nueva etapa, a un nuevo año, pero la energía colectiva sigue, poco más, poco menos, igual. Y eso desespera, agota, asfixia y desmorona. Y a veces es peor que antes porque por un momento, el aire se perfumó de un cambio. De algo mejor. Pero al pasar los días parece seguir todo igual. El aire se empieza a transformar y la sensación es claustrofóbica.
Sin embargo, casi inmediatamente después de sentir el encierro, hago una asociación con el Yoga. Y eso es algo bellísimo. Cuanto más practico, más asociaciones empiezo a encontrar con la vida cotidiana.
Aprender de la adversidad
Recuerdo la primera vez que logré atarme, luego de muchísimo esfuerzo, en Marychyasana D. Okey. Atarme no era todo. Tengo que lograr respirar dentro de esta postura. Me pareció una tarea compleja y aunque puse mucho esmero, comencé a agitarme: las pulsaciones se aceleraron y mi respiración pasó de larga y profunda a corta y rápida. Mis costillas no se pueden expandir. No puedo mover el pecho. Siento una presión en el pecho que me limita enormemente. “Esto es una tortura” pensé. ¿Por qué hago esto? No lo estoy disfrutando. Y no, no lo estaba disfrutando en absoluto.
Pero con el tiempo entendí lo que esa postura tenía para enseñarme: aprender a respirar en la adversidad. Seguir centrando mi consciencia en la respiración cuando algo me oprime el pecho y pareciera que me deja sin aliento. Entender que las enseñanzas a veces requieren procesos largos y muchas veces, no era ni cerca lo que esperábamos. Y muchas otras veces, luego de sentir un avance, parece como si retrocediéramos casilleros y nos encontráramos de nuevo en un inicio que ya padecimos. “Pero cómo es posible? Yo ya superé esto. No puede ser.”
La frustración nos carcome la cabeza y dan ganas de tirar la toalla, pero el secreto es desde donde nos detenemos a mirar el proceso. El conocimiento sucede en forma de espiral, y cuando parece que recorremos los mismos lugares, si entornamos los ojos, podemos ver que el hecho en sí es similar, pero el contexto es diferente. Yo ya no soy la misma en este momento. Es imposible retroceder. Siempre avanzamos por nuestro camino único, y nuestro tipo de transformación depende plenamente de nosotros. Por lo que si estamos haciendo el trabajo, pasaremos por lugares parecidos, pero sólo para observarlos desde una nueva óptica y aprender así algo nuevo.
Quién lo diría? Marychyasana D tenía mucho para enseñarme. Empezó este 2021 con dejos de un 2020 atroz, pero reconozco mi respiración en medio de este ambiente denso y pegajoso que oprime el pecho. Escucho, bien profundo en mi pecho, el sonido del aire que entra y revitaliza todas mis células, y escucho el aire que sale y limpia cada rincón de mi cuerpo. Al aire le cuesta entrar, sí, pero entra. Y eso significa que estoy viva, y estoy en este momento presente. Y Marychyasana D, como cualquier otra postura, como cualquier otra situación, tiene un final, como esta podredumbre que se esparce llenándolo todo de olor putrefacto. Esto también pasará.
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