Angie Mahecha explica los cambios que sintió a partir de la práctica de Yoga, y cómo impactaron en su forma de observar el mundo y a si misma: Habitar la disidencia.
Ver las cosas tal como son
Pasó tiempo antes de que entendiera que siempre existieron otras formas de amar y de habitar el mundo, muy lejos de lo que se me presentaba como correcto. Intuía algunas cosas como que el amor no tenía nada que ver con la forma, así como elegir otras maneras más conscientes de vivir era posible. Confirmé mis pensamientos y sensaciones cuando viajé. Decidí irme de casa a otro país para habitar otros mundos posibles, para entender y corroborar que había otros que pensaban igual y habían habitado otros caminos. Y también para alimentarme de otras ideas que antes no estuvieron a mi alcance.
Cuando me encontré con el yoga en mi vida como práctica real, es decir elegida, consciente, cotidiana, pude observarme por primera vez. Como si mis ojos hubiesen virado hacia adentro, descubrí lo engranada que estaba con ciertas formas de pensamiento, con una determinada idea de habitar el mundo que cada vez colisionaba más con mi sentir. Ese giro, ese cambio de perspectiva, no solo me permitió conocer más sobre mi misma, sino también resquebrajar la norma impuesta por la sociedad.
Ver el mundo tal como es, es descubrir que muchas ideas absurdas que se sostuvieron por mucho tiempo y se siguen sosteniendo como verdades absolutas es doloroso. Saberse producto del cisheteropatriarcado, de la violencia de género, de la mercantilización de los cuerpos binarios y hegemónicos y muchos otros condicionamientos no solo lastima, sino que es por demás inhabitable.
Ser parte de una comunidad
¿Cómo puedo entender que siento diferente? Que mi manera de amar no tiene una estructura o que mi identidad no tiene nada que ver con cómo me veo o me visto, si nunca conocí algo distinto a lo que me dijeron que debía ser. En este sentido pensarme a mí misma me ha servido para cuestionar mis propias ficciones. Para desmitificar la “cajita feliz” del sistema me involucré en un proceso introspectivo. La práctica de yoga me ayudó a profundizarlo y a conectar con otras realidades y personas que aman y sienten distinto. Con el poder de crear una red de amistad sorora y real.
Nunca pensé que yo podía pertenecer a la comunidad lgtbiq+ porque nunca pensé que podía ser parte de alguna comunidad. Esto en particular hace parte de mi historia personal, pues migrar es siempre sentirse parte de todo y de nada. La práctica de yoga ayudó a integrar los fragmentos de lo que soy y no me animaba a aceptar. A registrar todas mis cárceles mentales, mis miedos y frustraciones han hecho de mi lo que soy, pero también me han posibilitado un aprendizaje enorme del cual estoy agradecida.
Parte de aquel aprendizaje ha sido entender que lo disidente esta en mí. Aun cuando no tenga una experiencia concreta e intensa como una declaración pública de mi identidad de género o de mis elecciones amorosas, por citar dos ejemplos un poco clichés. Mis deseos, mis pensamientos, mis acciones en este mundo están cada vez más relacionados con el hecho de no seguir reproduciendo la violencia del sistema. Cultivo la idea de convivir de manera orgánica con el lugar que habito y con los seres sintientes de este planeta. Es decir todo el principio yóguico que representa y que resuena tanto en mí: Ahimsa.
Introspección y activismo
La no violencia no solo hace referencia a una forma específica y clara de violencia sino a las acciones más pequeñas y poco conscientes que repetimos constantemente y que están implícitas en nuestra manera de expresarnos, de tratar a otres, de escuchar, de ser empático con la existencia de lo que está a mi alrededor, sea humano o no.
Me resuena decir además, que nada de esto sería posible sin dos experiencias indispensables: como lo he dicho anteriormente, una práctica de introspección individual, sostenida, personal, que sea el puente entre la divinidad que habita en mí y la oscuridad de transitar este mundo con este cuerpo; y claro, la potencia del colectivo, de la amistad como cobijo amoroso, como resignificación de la familia.
Hay un escritor que adoro con todo mi ser, quien vivió su vida al margen. Siempre denunció y puso el cuerpo como acto revolucionario de su propio existir. Se llama Pedro Lemebel y fue performer, poeta travesti chileno que militó por los derechos de la comunidad lgtbiq+ más marginada, porque incluso cuando es posible la visibilización, las lógicas patriarcales siguen operando en otros niveles más profundos y tanto más imperceptibles. En una de sus novelas hay una frase corta que llamó mucho mi atención y que hasta el día de hoy la tengo grabada en mi cabeza como un tatuaje permanente: “Yo no tengo amigos, tengo amores” dice. Pienso que la fuerza del amor, el empoderamiento del cuerpo y en resumen, todos los pasos que damos a pesar del miedo, se hacen gracias a que otres viven lo mismo y deciden abrazarse en su diferencia.
Gracias a elles hoy puedo y sé que muches pueden decir que somos más conscientes de nuestras limitaciones, posibilidades, derechos y también porque no, más libres.
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Wow, que hermoso ejemplo de transitar por la senda del auto descubrimiento que ofrece el yoga, la literatura y el ser. Gracias por tener la mente abierta y permitirte ser feliz. Un abrazo desde Colombia.